Dans le Flou, otra visión del arte desde 1945 hasta la actualidad

T1982-H31, 1982
Antibes, Fondation Hartung-Bergman
© Collection : Fondation Hartung-Bergman © Hans Hartung / Adagp, Paris 2025
Introducción
«A decir verdad, no se aprecia nada. Nada preciso. Nada definitivo. Hay que enfocar la vista constantemente». (Grégoire Bouillier, Le Syndrome de l'Orangerie, 2024).
Esa es la impresión que todos tenemos, en primer lugar, cuando contemplamos el gran ciclo de los Nenúfares de Claude Monet. La exposición invita a analizar esta dimensión de la obra tardía del pintor como una clave interpretativa de todo un apartado de la creación plástica moderna y contemporánea.
De hecho, fue sobre las ruinas del período posterior a la Segunda Guerra Mundial donde realmente arraigó y se desarrolló una estética de la vaguedad. El principio de discernimiento, que había prevalecido durante mucho tiempo en el arte, mostró entonces su profunda ineficacia. Frente a la erosión de las certezas de lo visible y al campo de posibilidades que se les abre, los artistas proponen nuevos enfoques y hacen su tema de lo transitorio, el desorden, el movimiento, lo inacabado, la duda… Reconociendo la profunda convulsión del orden mundial, optaron por lo indeterminado, lo indistinto y lo alusivo. Sus obras se despojaron de lo imperativo de la nitidez para dar más espacio a la interpretación del espectador.La vaguedad, que intrínsecamente resulta imperceptible, nos invita a dar un paso al lado, a dejar de intentar evaluar constantemente y a explorar la realidad de diferentes maneras. Desde entonces, ha sido el medio preferido por los artistas para plasmar un mundo en el que la visibilidad se difumina y reina la inestabilidad, hoy más que nunca.
Prólogo
La estética de la vaguedad existía mucho antes del período moderno.
Su pariente lejano es el esfumado renacentista que, mediante la superposición de finas capas de pintura transparente, le confiere al tema unos contornos imprecisos. No fue sin embargo hasta 1676 cuando flou, la palabra francesa para vaguedad, derivada del latín flavus, apareció en los escritos del historiador Félibien para expresar la suavidad de una pintura. Esta noción matiza el principio de una representación basada en la claridad de la línea. A finales del siglo XIX, el Impresionismo marcó un verdadero punto de inflexión, continuando el camino abierto por los cuadros de William Turner con sus composiciones desdibujadas. La vaguedad alcanzó tal grado, que la figura la que se disolvía.
Al mismo tiempo, la fotografía incipiente, un procedimiento mecánico en esencia, afirmaba la subjetividad del autor a través del desenfoque. Esta afirmación de la visión del artista se hizo eco en las creaciones simbolistas de sus contemporáneos. Al explorar su yo interior, revelan a través de la perturbación lo que la visión nítida normalmente oculta a nuestra conciencia.
Las obras que aquí se presentan evocan las diferentes facetas de este momento fundacional. El arte contemporáneo ya ocupa aquí su lugar, en particular en presencia de los espejos líquidos del estanque de Los Nenúfares de Monet.
En las fronteras de lo visible
Constantemente la mente humana busca disipar la vaguedad. Como síntomas de nuestro malestar ante una realidad incierta, nuestras preguntas «¿qué es esto...?» han sustituido a los «¿por qué?» de nuestra infancia. Sin embargo, esta preocupación por poner orden en el mundo choca con el riesgo de congelar su sentido. La vaguedad, en cambio, se nutre de nuestra experiencia, que se extiende a lo largo del tiempo, en la profundidad del mundo.
Al jugar con sus efectos, los artistas cuestionan nuestros modos de percepción, nos sugieren que regresemos al origen de nuestra mirada y, al hacerlo, nos incitan a romper con una lectura unívoca de la realidad.
Exploran los umbrales de lo visible, utilizando el vocabulario de la imagen científica, desde la visión de lo infrafino hasta la inmensidad del cosmos (Gerhard Richter, Sigmar Polke y Thomas Ruff). Trastocan los referentes tradicionales de la representación, jugando con lo indistinto más que con la oposición entre figuración y abstracción (Mark Rothko, Hiroshi Sugimoto, Hans Hartung). Ponen a prueba al espectador estimulando traviesamente su agudeza visual, haciéndose eco de la circularidad de la retina en sus obras en forma de diana (Wojciech Fangor, Ugo Rondinone, Vincent Dulom).
La erosión de las certezas
Fue en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial cuando realmente comenzó a desplegarse la dimensión auténticamente política de la estética de la vaguedad. Ante la erosión de las certezas, los artistas, desde Zoran Mušič hasta Gerhard Richter, tomaron conciencia de la profunda convulsión a la que se estaba viendo sometido el orden mundial y adoptaron la vaguedad como una estrategia necesaria.
Tras el descubrimiento de los campos de concentración, ante la imposibilidad de representar lo irrepresentable, la vaguedad cubrió con un velo una realidad que la mirada no podía soportar. Al mismo tiempo, también nos forzaba a enfocar nuestra mirada, obligándonos a detenernos en la imagen, a contemplar la realidad a la cara. Cuestionando el estatus y el valor de la imagen, los artistas ofrecen una visión a la vez poética y desencantada de las tragedias que marcaron la historia del siglo XX, hasta las crisis más actuales.
De este modo, la vaguedad manifiesta un poder cegador, que acciona los mecanismos del olvido, y constituye una forma de dar testimonio, a pesar de todo, de las atrocidades de la Historia difundidas a través de la imagen mediática.
Elogio de lo indistinto
El mundo es vaguedad, por mucho que intentemos trazar su contorno. Sus extensiones y tiempos se estiran constantemente, impidiendo cualquier enfoque definitivo, al igual que los espejismos captados por Bill Viola, que sugieren hasta qué punto se puede engañar a nuestros sentidos. La identidad también es vaga, constantemente cambiante, desvelando todo o parte de sus facetas a los demás y a uno mismo (Oscar Muñoz, Hervé Guibert, Bertrand Lavier). Entre la memoria incierta del pasado (Eva Nielsen) y el rechazo de una representación congelada en el presente (Mame-Diarra Niang), la vaguedad se convierte en una búsqueda de la identidad.
Como forma de ingenuidad técnica, pero también garantía de la espontaneidad del momento capturado, el desenfoque de la fotografía aficionada capta la vida allí donde resulta más real. De este modo, da cuenta de los lugares más íntimos, los más difíciles de describir, y al hacerlo, revela lo que a menudo se oculta a la vista.
Los efectos desfiguradores de esta estética revelan a veces la faceta animal del ser humano (Francis Bacon, Pipilotti Rist).
Futuros inciertos
La relación con la espiritualidad, abordada desde la perspectiva de los lugares o gestos sagrados captados por Hiroshi Sugimoto e Y.Z. Kami resuena como una posible respuesta a las incertidumbres contemporáneas. El ramo de Nan Goldin, fotografiado durante el confinamiento de 2020, pone de relieve la belleza y la fugacidad de una vida cotidiana agitada en un mundo que pierde el rumbo.
La cuestión del tiempo, ya sea el que marca el reloj falsamente digital de Maarten Baas o el futuro impredecible que augura Mircea Cantor, se expone como objeto de contemplación y cuestionamiento existencial. Paradójicamente, la vaguedad es a la vez un síntoma y una condición para volver a sentir la magia, un signo de inquietud y un espacio para reinventar posibles.