Amedeo Modigliani. Un peintre et son marchand [Un pintor y su marchante]
A su llegada a París en 1906, Modigliani, artista judío de origen italiano, era pintor. Su encuentro con Constantin Brancusi, escultor de origen rumano, en 1909, supuso una revelación para él, por lo que se inició en la escultura y se dedicó casi exclusivamente a ella hasta 1914. Su ruptura con esta práctica fue tan repentina como total: desde 1914 hasta su muerte en 1920, retomó la pintura y realizó numerosos cuadros dedicados principalmente a la figura humana. Es precisamente esta práctica de la pintura la que constituye la esencia de la relación entre el artista y el marchante. Paul Guillaume lo animó, le alquiló un estudio en Montmartre y dio a conocer sus cuadros en los círculos artísticos y literarios parisinos. Él compró, vendió y coleccionó sus obras.
Fue a través del poeta Max Jacob (1876-1944) como el joven galerista y coleccionista Paul Guillaume descubrió a Modigliani en 1914. Entonces se convirtió probablemente en su marchante, como se desprende de la correspondencia entre Paul Guillaume y su mentor, el poeta y crítico de arte Guillaume Apollinaire (1880-1918), que estaba en el frente. Fue en este contexto parisino donde Modigliani inmortalizó a su galerista en una serie de retratos pintados y dibujados cuya fama no ha declinado. Entre 1915 y 1916 realizó nada menos que cuatro. El primero de ellos, conservado en el Museo de la Orangerie, proclama la relación privilegiada entre el marchante y el artista. Guillaume, que entonces solo tenía veintitrés años, aparece representado con traje, guantes y corbata como un visionario piloto de vanguardia, coronando las palabras «Novo Pilota». Esta inscripción nos sugiere que el galerista despertaba entonces una gran esperanza en el pintor. A través de sus relatos, Guillaume traza también el retrato de un Modigliani más íntimo con el que comparte afinidades artísticas y literarias. Su interés común por el arte africano es evidente. Ambos se sienten también atraídos por la literatura y la poesía. Guillaume recuerda que Modigliani «amaba y juzgaba la poesía, no a la manera fría e incompleta de un profesor universitario, sino con un alma de misterioso talento para las cosas sensibles y arriesgadas.»
Además de los cinco cuadros de Modigliani que se conservan actualmente en el Museo de la Orangerie, más de un centenar de pinturas, así como unos cincuenta dibujos y una decena de esculturas del artista habrían pasado por manos del marchante. Este número denota tanto la implicación del galerista en la promoción del artista, como su gusto personal por sus obras, muy presentes en las paredes de los pisos que tenía en propiedad. Entre ellas se encuentran retratos de figuras destacadas del París de la época, como Max Jacob, André Rouveyre, Jean Cocteau, Moïse Kisling, pero también modelos desconocidos, así como bellísimos conjuntos de retratos de las mujeres que compartieron la vida del pintor, primero la escritora Béatrice Hastings, y después la joven pintora Jeanne Hébuterne, su última compañera y madre de su hijo.
A través de una selección de obras emblemáticas, la exposición evocará las diferentes características de este conjunto de obras al tiempo que explorará los vínculos entre el pintor y su marchante en el contexto artístico y literario parisino de la década de 1910, así como el papel que desempeñó Paul Guillaume en la difusión de la obra de Modigliani en el mercado del arte, tanto en Francia como en Estados Unidos, en la década de 1920.
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